En Chile, tras siete semanas de movilizaciones los miles y miles de chilenos que ocuparon las calles viven una sensación de desesperanza y engaño no solo de parte del gobierno neoliberal y represor de Sebastián Piñera, con una aprobación de apenas el 8% de la población, sino también de la clase política.
Existe una débil gobernabilidad que pende del hilo de los poderes institucionales y fácticos, que impiden que renuncie Piñera, al menos por ahora. La movilización ha tenido una primera pausa al entrar el país en el verano.
En marzo, si el gobierno no profundiza en la agenda social, los chilenos vuelvan a las calles. Con rabia y frustración.
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