Nayib Bukele, el presidente salvadoreño, no es un dictador en el sentido estricto o clásico de la palabra, pero sí un gobernante con actitudes autoritarias, comportamiento antidemocrático, que cercenan los pilares de la democracia.
Lo que sería si controlara todo el aparato estatal, reprimiera a sus opositores, eliminara la prensa independiente e impusiera su visión en todos los ámbitos político, económico, social y cultural.
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