Luego de décadas de restricciones a los turistas, Irán comienza a abrirse ofreciendo un viaje en tren para conocer el país y sus gentes.
El ferrocarril transiraní, la conexión ferroviaria más importante de la antigua Persia, recorre 1.400 kilómetros desde el Golfo Pérsico, pasando por Teherán hasta el Mar Caspio. El viaje empieza en Jorramchar en Shatt al-Arab, el río que delimita la frontera entre Irak e Irán. Pasando por yacimientos de petróleo, el tren llega a Shushtar. Allí pueden visitarse los molinos de agua declarados bienes culturales por la UNESCO. Luego comienza el ascenso por la cadena montañosa de Zagros. Una pausa para orar retrasa el tren. Por la ventana del tren se ven paisajes sensacionales. Entre Dorud y Arak se alcanza el punto más elevado de la red ferroviaria, a más de 2.200 metros de altitud. En una breve parada en Qom, los viajeros pueden recobrar fuerzas con unos sohan, unos dulces hechos con harina, granos de trigo y azúcar. Por el tramo de alta velocidad se llega a Teherán a 160 kilómetros por hora. Más de 15 millones de personas viven en el área metropolitana de la capital. El último tramo conduce al norte del país. En las montañas Elburz se puede conocer el rol que jugó el ferrocarril transiraní durante la Segunda Guerra Mundial, en la gran ofensiva de Stalin contra el ejército alemán. En Bandar Torkaman, en el Mar Caspio, finaliza la aventura oriental sobre rieles, que ha sumergido a los viajeros en el corazón de un pueblo sumamente hospitalario que guarda la esperanza de poder, algún día, disfrutar de mayor libertad.