El grupo terrorista autoproclamado Estado Islámico sedujo a miles de combatientes extranjeros para unirse a su causa con una promesa y un deber: vivir en la tierra elegida por Dios, bajo la ley de Dios. Jóvenes devotos procedentes principalmente del Cáucaso, Rusia y Europa se mudaron a Siria e Irak con sus familias donde tiempo después perecieron. El destino de sus abnegadas esposas e hijos no fue mucho mejor terminando condenados, en campamentos o en orfanatos sin poder regresar a sus países.