La gran sorpresa es que el grito jovial ¡Dios ha muerto!, no va a desembocar en la superación del nihilismo, sino en su más abominable culminación. Es la época del “último hombre”, dice Nietzsche, “el hombre del que es fatalmente contemporáneo”. El último hombre somos nosotros, los protagonistas de una época que es fundamentalmente atea. Si el cristiano vivía por y para otra vida, el ateo vive ahora por y para nada… “Hasta morir le cansa”. Es el tipo de ser humano más despreciable, porque ya ni siquiera se desprecia a sí mismo. ¿Por qué ha ocurrido este fatal desenlace?