Mientras vivimos nuestra vida y nos creemos sus dueños y señores, un destino oculto se cumple a nuestras espaldas. Es como si hubiera dos caminos que tenemos que recorrer al mismo tiempo para desenvolvernos en la vida. Por una parte, recorremos el camino de nuestra vida encaminándonos hacia distintos objetivos que nos proponemos. Pero al mismo tiempo, tenemos que recorrer el camino que nos lleva a nosotros mismos, el camino que define nuestra identidad. Viajamos a Tebas o a Corinto, como podríamos viajar a Calipso o a Itaca, pero al mismo tiempo somos Edipo, somos quienes somos, con nuestros rasgos de carácter o, como vamos a ver, desplegando nuestros síntomas. Por ahora, encaramos el “síntoma” como una especie de destino personal que cumplimos y que es muy difícil de burlar. Para el neurótico, los síntomas forman un costoso entramado que, en ocasiones, acaparan todo su tiempo vital. A fuerza de intentar ser ellos mismos, la vida misma se les escapa. Es así como la frase favorita de los manuales de autoayuda, “sé tú misma, sé tú mismo” se convierte para ellos en una receta envenenada.