Al insertarnos en el lenguaje, al aprender a hablar, resolvemos sin advertirlo un difícil problema teológico. Al transformar el sexo en lenguaje recorremos en sentido inverso toda la metafísica cristiana por la que el logos se hizo carne. Podríamos decir que, en las profundidades de nuestro psiquismo, somos un Jesucristo al revés. Toda esta digestión teológica se localiza en el triángulo de los pronombres personales que presiden nuestra vida lingüística e impregna todos nuestros síntomas. En algunos casos, esta complejidad teológica aflora a la superficie en los delirios psicóticos. Veremos en este capítulo algunos ejemplos de ello. Es así como, por detrás del Yo, encontramos el ensamblaje entre el sexo y la palabra.