¿Quién les iba a decir a los habitantes de una remota población de Nicaragua que acabarían beneficiándose de los sueños de solidaridad de dos médicas rusas? El centro de salud que abrieron en la localidad pesquera de Chinandega, atendido por un entusiasta grupo de voluntarios, es una bendición para una comunidad que de otro modo apenas tendría acceso a una atención médica básica que el mundo desarrollado da por sentada. Allí, a falta de casi todo, lo que sobra es altruismo y reconocimiento.