Tres mujeres profesionales de la comunicación y testigos de los movimientos populares que provocó la Primavera Árabe cuentan, desde Túnez, Egipto y Líbano, esta realidad con el foco puesto en una sociedad sin soberanía a la que se le exigen responsabilidades.
La Primavera Árabe comenzó en Túnez y, en cuestión de semanas, se extendió a Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria. Se están conmemorando los diferentes décimos aniversarios de estos movimientos populares, que se evalúan por resultados, sin prestar atención al proceso y a la profunda transformación que supusieron para la sociedad.
Mientras esto ocurre, se acepta la dinámica que las ha condicionado históricamente desde la connivencia, la opresión y la subyugación.
El cambio de paradigma que para varias generaciones supuso el revulsivo ciudadano de 2011 en Oriente Medio y Norte de África sigue sin dimensionarse. Sudán, Líbano y Argelia explotaron en 2019; Túnez de nuevo se removió; en Siria, y cada vez más en Egipto, los gritos se escuchan desde el exilio.
El descontento continúa sin que haya decidido su ciudadanía: las personas que rechazaron el statu quo en 2011 y hoy siguen retándolo a todos los niveles. Se les responsabiliza, mientras se prima una inmovilidad corrupta en sociedades históricamente intervenidas y sin soberanía.
Es temprano para decir que la llamada Primavera Árabe ha acabado. El espíritu de las revueltas árabes sigue latente; no ha muerto.
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