En El Yo y el Ello (1923) Freud comprende que la bisexualidad constitutiva del ser humano nos obliga a hablar de lo que llamará el Edipo Completo, en el que el niño y la niña intentan completar la totalidad por el lado de la Madre y del Padre al mismo tiempo. Es un triángulo en el que todo se estorba con todo a la hora de formar una totalidad capaz de remediar la herida abierta por el hecho de haber nacido. Es ahora cuando Freud se plantea explícitamente la segunda parte del Edipo, la que implica su superación. Para ello, es preciso abandonar el objeto amado, aunque el axioma freudiano que hemos sentado hasta aquí es la de que “el Ello jamás renuncia a su satisfacción”. Para salir de esta encrucijada es preciso recordar el papel de los sueños: proporcionar al Ello una satisfacción sustitutoria, mediante una alucinación. En estos momentos, Freud recuerda lo que había dicho en su artículo “Duelo y Melancolía”. Allí descubrió que en las psicosis “melancólicas” el sujeto se identificaba con el objeto amado para soportar su pérdida y poder abandonarlo en la realidad. Es decir, es como si el propio yo asumiera el papel de una alucinación onírica capaz de engañar al Ello y hacerle renunciar a sus pretensiones en la realidad. Ahora va a caer en la cuenta de que esta puede ser la clave de la resolución del complejo de Edipo.