En este nuevo capítulo abordamos una cuestión fundamental. No sólo somos, nos dice Freud, más inmorales de lo que creemos. También somos mucho más morales de lo que sabemos. Es decir, obedecemos a una moralidad inconsciente, que opera como una especie de religión privada en la que rezamos a dioses desconocidos. Por detrás de esos dioses, se esconden las identificaciones con los que, en nuestra infancia, fueron los objetos más grandiosos. Este descubrimiento es la palanca con la que Freud levanta la llamada 2ª tópica de la vida psíquica: Ello-Yo-SuperYo. El Ello responde al principio del placer, el Yo al principio de realidad y el Superyó, al principio del deber. Pero lo importante es que esto nos obliga no sólo a hablar de deseos inconscientes, sino también de deberes inconscientes. Descubriremos, además, que el secreto de nuestros síntomas y rasgos de carácter opera en base a esta moralidad inconsciente. Estamos ahora detenidos ante el abismo de cómo el principio del deber se inserta en las profundidades de nuestra vida psíquica. Pero esta “moralidad inconsciente” no tiene, en principio al menos, nada que ver con los preceptos morales, jurídicos o religiosos de los que somos conscientes. Por detrás de ella, no se esconde otra cosa que un montón de basura infantil, retazos de infancia que se han erigido por algún motivo en un destino para la vida del adulto.