En uno de los textos de Freud que estamos leyendo nos dice que el yo “se somete al imperativo categórico de su superyó”. Hemos visto que, en efecto, los síntomas se sostienen sobre una especie de moralidad inconsciente. ¿Está Freud, por tanto, proponiendo una explicación psíquica del imperativo categórico kantiano, haciendo algo así como un psicoanálisis del pensamiento ilustrado en su conjunto? Creemos que no. El superyó no es más que un subrogado del Ello infantil y los deberes a los que somete al Yo tienen que ver con un basurero amontonado por la infancia. Son deberes necios, ciegos y aleatorios, que producen síntomas neuróticos o, por lo menos, rasgos de carácter. Sin embargo, las consideraciones freudianas sí son una muy mala noticia para la Ilustración. La voz del superyó habla por los mismos medios que el imperativo categórico kantiano. Los síntomas, en efecto, son imperativos y son categóricos. No se dejan relativizar con razonamientos. No se dejan educar ni convencer. Esto dificulta enormemente la tarea educativa de la Ilustración, porque los síntomas no se combaten sencillamente diciendo la verdad. Ingresamos así en el mundo de la política, donde la batalla nunca se reduce a la confrontación entre errores y verdades. Eso puede ocurrir en la comunidad científica, pero en la política los errores tienen la consistencia de los síntomas. Esta es la razón de que el “populismo” sea siempre inevitable, en mayor o menor grado, en el mundo político. Nada de esto cambia el sentido del programa político que se propone la Ilustración ni tampoco constituye ninguna refutación o ninguna explicación psíquica de la ética kantiana. Pero no cabe duda de que es muy inquietante.