Durante mucho tiempo, el Líbano fue considerado la Suiza de Oriente Medio. Pero eso ya pasó. Una serie de crisis ha sumido al país en el abismo. La población sufre bajo una inflación galopante. Para Riad, que regenta una tienda de comestibles en un suburbio de Beirut, el trabajo es cada vez más arduo. Todas las mañanas, calculadora en mano, cambia las etiquetas de los precios de sus productos según el cambio del día. Un trabajo que resulta aún más complejo porque su tienda está sumida en la oscuridad por falta de electricidad. El Gobierno libanés sólo suministra al país dos horas de electricidad al día. Ya no funciona nada: ni la calefacción, ni las luces, ni siquiera los frigoríficos. Las empresas de electricidad privadas suministran en parte, pero están explotando la crisis en su beneficio.
La libra libanesa, la moneda local, ha perdido el 90% de su valor. Los únicos que se salvan son los que cobran en dólares. El billete verde, que se cambia por una fortuna frente a la moneda local, ha dado lugar a una nueva clase social privilegiada en el país. Como vendedor en una empresa farmacéutica internacional, Joseph vive como un rey en un Líbano destruido. Gracias a su nuevo poder adquisitivo, ha devuelto el préstamo de su casa en dos meses, en lugar de en veinte años.
En un Estado en bancarrota, plagado de corrupción, seis de cada diez libaneses sueñan con abandonar el país. En Trípoli, en el norte del Líbano, Mohammed y su hijo salieron por mar con destino a Alemania. Aunque el viaje se truncó en la costa turca, el joven padre sigue dispuesto a correr todos los riesgos para llegar a El Dorado europeo.
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