El caso del narcotraficante Sebastián Marset sigue dando que hablar en Uruguay. Hoy es una figura desdibujada en un puzzle de miles de piezas de altos políticos, con ribetes regionales más peligrosos.
En Uruguay se sigue viviendo bajo el espejismo de la tranquilidad aldeana, sin radares que funcionen, sin GPS en los camiones de transporte, con fronteras secas sin control, corrupción policial, cárceles como cultivo de criminalidad, un gobierno sin un plan para combatir el narcotráfico y un puerto en manos de privados europeos por 60 años.
Hasta el momento Uruguay ha sido usado como trampolín, puerto y vía de entrada y salida de cargamentos de droga por las mafias criminales y plaza para el lavado de activos. ¿Qué pasará cuando estas mafias quieran hacer base en el país? pregunta Nicolás Centurión.
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