El imparable avance de las iglesias evangélicas en Brasil es un fenómeno del que la clase política ha tomado buena nota. Y con razón: con un mensaje en que las promesas de esperanza se mezclan al elogio de la prosperidad material, sus multitudinarias reuniones logran dirigir voluntades y mover dinero. Añádase el gusto de algunos líderes espirituales por las cámaras y el marketing, y la influencia está servida: una comunidad conservadora capaz de alterar el rumbo de todo un país.