En este capítulo nos aproximamos a la idea de una “satisfacción estructural”. No nos queda otra posibilidad que la de distinguir entre “hechos” y “estructuras”. Nos obliga a ello una contradicción inevitable a la que nos aboca el axioma freudiano: una pulsión jamás renuncia a su satisfacción. En el paso de la naturaleza a la cultura (o de la infancia a la vida adulta) tiene que haber una pulsión que ha tenido que ser mutilada o castrada. Si esa pulsión se satisfaciera, no habría sociedad. Pero al mismo tiempo, no puede renunciar a su satisfacción, según dice Freud. Tiene que ser satisfecha y al mismo tiempo mutilada, satisfecha en lo que la mutila. Hay una posibilidad: que el incesto y la violencia queden satisfechos en la estructura de unos hechos no violentos y no incestuosos. Lo que no puede ser satisfecho en los hechos, se satisface en la estructura de los hechos. Para comprender esto podemos pensar en el concepto de “causalidad ausente”, un concepto tomado del seminario de Lacan. Una estructura produce mejor sus efectos cuanto más ausente está. Así pues, el incesto puede quedar satisfecho en la estructura de una realidad no incestuosa. A todo lo que tenga que ver con esta clase de “satisfacción estructural” lo vamos a llamar “GOCE”. Es el “goce del neurótico”. Esto es lo que puede explicar lo que veíamos en el texto de Lacan del capítulo anterior: el paciente encuentra satisfacción en eso que le hace muy desgraciado. O como decimos normalmente: “se complace en su desgracia”. Mientras el yo es desgraciado, hay ahí una satisfacción impersonal, una estructura que se satisface en lo que hace al yo tan desgraciado.
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