Abordamos en este capítulo la dificultad que tiene el ser humano para sostenerse en el lenguaje, en tanto que un sujeto lingüístico. La pertenencia del ser humano al lenguaje no va de suyo, como a veces se pretende. Los seres humanos, más bien, se sostienen en el lenguaje como un trapecista en una cuerda floja, siempre a punto de caer y de precipitarse al abismo. No nacemos hablando como los caballos nacen y se ponen a trotar. Necesitamos de algo así como de un “embrague”, algo que nos embrague con la cadena de significantes. Hemos comprendido ya en otros capítulos que este embrague está hecho de “goce”, de una “satisfacción impersonal” que aflora en nuestros “síntomas”. También hemos visto ya que este “embrague” es, en realidad, nuestras particular “caverna platónica” de la que no podemos salir más que escapando de “nosotros mismos”. Es “esa enfermedad en la que consiste ser humano”, como alguna vez dijo Lacan. Ahora bien, ahora comprendemos que en el intento de escapar de nosotros mismos peligra siempre nuestra inserción en el lenguaje. Hemos hablado repetidamente de las matemáticas y de la poesía, y también de lo que ocurre con el amor. Pero también hay que pensar en otras formas de “locura”, como las que consideramos “psicosis” en psiquiatría. En la psicosis llama la atención un fenómeno muy importante que Lacan llamó la “dictadura del significante”. Es como si el psicótico hubiera sustituido la realidad por el lenguaje, invistiendo a las palabras con todas las cargas psíquicas destinadas a las cosas. La consecuencia es un abismo caracterizado por la certeza, la soledad y la ceguera, y en resumen, por una negación de la realidad que Freud llamó “forclusión”. El neurótico reprime, el psicótico niega la realidad. Todo ello nos da una idea de la dificultad de la relación del ser humano con el lenguaje. A veces, el lenguaje humano se ahoga en su propia gramática y se vuelve imposible.