Las carreteras, los ferrocarriles y los corredores aéreos son las arterias que abastecen y conectan Europa. Sin transporte, el continente se detiene. La crisis del Covid nos ha demostrado lo vital que es la movilidad.
Pero, ¿cómo podemos conciliar esto con los grandes desafíos del futuro: la reducción de las emisiones de CO2, los autos eléctricos y la revolución del transporte ferroviario?
Dejar de usar combustibles fósiles a corto plazo en los viajes aéreos parece imposible. Entonces, ¿debemos evitar los desplazamientos de larga distancia? ¿O viajar por el continente con otros medios? Y si es así, ¿con cuáles?
Los automóviles e incluso las bicicletas se ensamblan con piezas que primero tienen que ser transportadas por todo el mundo en barco o avión. Una vez ensambladas, antes de llegar al comprador recorren miles de kilómetros en camiones que contaminan. La economía y la infraestructura europeas están adaptadas al comercio mundial. Hoy están llegando a sus límites.
Suiza demuestra que el transporte ferroviario puede ser una alternativa interesante. Con el apoyo de la población, se gravan fiscalmente las fuentes de energía contaminantes, se hicieron inversiones masivas en la red ferroviaria y combinada, y se prohibió el tránsito de camiones en muchas carreteras. Pero Suiza es un caso aislado. La mayoría de los países europeos hoy en día apuestan por los autos eléctricos. Son más limpios, gastan menos que los de motores de combustión y pronto tal vez sean autónomos. Sin embargo, esas razones avalan el uso como hasta ahora del automóvil privado, que para muchas personas sigue siendo un símbolo innegociable de estatus social.
A algunas empresas les resulta difícil reconsiderar su modelo económico. Pero en vista de la competencia de Asia, las antiguas gasolineras pronto podrían ser cosa del pasado. Sin embargo, dejar el motor de combustión no será suficiente. La movilidad ecológica es y seguirá siendo uno de los principales desafíos de Europa.