¿Es distinto el superyó del varón que el superyó de la mujer? Hay una gran diferencia entre una amenaza de castración (en el varón) y una castración consumada (en la niña). El niño sale del complejo de Edipo bajo amenaza, renunciando de forma radical al mundo del deseo e ingresando en una periodo de latencia nihilista. La niña, en cambio, no tiene ningún motivo para hacer esta transposición nihilista. Esto hace a Freud concluir que el superyó en la niña nunca es “tan inexorable, tan impersonal y tan independiente de sus orígenes afectivos” como lo es en el varón. El nivel de lo “ético-normal” no puede ser igual en la mujer que en el hombre, nos dice. Pero, si tiramos del hilo de nuestra interpretación de Freud, esta afirmación, en realidad, significa lo contrario de lo que parece. El varón endurece su superyó, pero con ello no accede a lo “ético-normal”, sino que, más bien, lo que hace es endurecer sus síntomas neuróticos. El varón no está más próximo a la “voz de la razón” sino todo lo contrario, lo que hace es cargar sus síntomas de razón, como un fanático religioso. Lo que se deduce del artículo de Freud, al menos según nuestra interpretación, es un endurecimiento dogmático en el varón, no un mejor acceso a lo “ético-normal”. Algo que el feminismo ha llamado a menudo “falologocentrismo”. “Analfabetos emocionales cargados de razón”, esta es la definición del varón que se desprende del artículo de Freud.