EN FOCO
Lo que vive hoy Nicaragua es una tragedia, y el último acto de destierro de elementos de la oposición, un desangramiento que no atañe solo al Frente Sandinista y a los nicaragüenses. Nicaragua ha sido sometida desde el siglo XIX a un asedio brutal por parte de Estados Unidos. Sus posibilidades geográficas para un canal como el que después se construyó en Panamá, la condenaron a ser una Banana Republic y ser presa de feroces dictaduras semicoloniales como la de Anastasio Somoza.
Asediada cruelmente, desangrada, paupererizada más de lo que ya de por sí había sido siempre, fue a unas elecciones que los sandinistas estaban seguros que ganarían, pero los sacaron del poder durante diez años en los que la burguesía echó marcha atrás en los avances sociales que se habían logrado, y aplicó a rajatabla medidas acordes con el modelo neoliberal imperante en la región.
Cinco años atrás surgió un movimiento, sin mayor dirección, que sorprendió a propios y extraños. La oposición nicaragüense es incapaz de sacar del poder al sandinismo, por lo que optan por las estrategias golpistas. Si se apuesta por la democracia liberal, hay que seguir ciertas reglas, y lo que ha hecho el gobierno de Nicaragua no entra en ese repertorio. El asedio estadounidense está dando pie a un autoritarismo que dice ser progresista. Pero, ¿puede el progresismo combinarse con encierro y destierro?
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