Los compañeros

A finales del siglo XIX, Turín, capital de Piamonte, norte de Italia. Una fábrica textil en el apogeo de la era industrial. Es en este tiempo y en este lugar en donde Mario Monicelli nos cuenta la historia de una huelga como tantas hubo en esos tiempos. La jornada es abrumadoramente larga. Catorce horas por día, con media hora para el almuerzo. Por ahí no había pasado todavía la incipiente consigna de los Mártires de Chicago, que lucharon y murieron por un máximo de ocho horas diarias. Un incidente provocado por el estrés laboral incita a los obreros a transformar tan injusta situación. Tímidos y dubitativos, una delegación compuesta por tres trabajadores ejerce lo denominado como acción directa y van a hablar con el propietario de la fábrica. El reclamo es sumamente prudente y minimalista; exigen que se les reduzca tan solo una hora de las 14 que tiene que cumplir. La negativa es rotunda, e intentan llevar a cabo, como medida de fuerza, abandonar la fábrica una hora antes, haciendo sonar la sirena. El más arrojado y combativo, Pautasso (el hermoso personaje que desempeña Folco Lulli), es quien lleva a cabo tan arriesgada tarea, siendo finalmente descubierto y abandonado por sus compañeros. La película, lejos de romantizar a la clase trabajadora, la humaniza, mostrando sus miserias, sus virtudes, sus temores y su inagotable capacidad revolucionaria; se plasma la pulseada de intereses opuestos, quedando los patrones acorralados, dependiendo de la mano de obra. La historia está repleta de detalles, combinando siempre lo cómico y lo trágico, como bien supieron hacer los italianos.

Sergio Medina Viveros