Obtuvimos un acceso sin precedentes para filmar dos prisiones japonesas y descubrir si las acusaciones de que su sistema penitenciario es inhumano son ciertas.
Lo que presenciamos fue asombroso. Los internos deben marchar a sus puestos de trabajo atados a una cuerda; no se les permite mirar a los guardias a los ojos; fuera del horario de ocio previsto, deben guardar silencio absoluto, salvo que hayan obtenido previamente permiso para hablar.
El maltrato hacia los acusados, que están bajo custodia penitenciaria, los empuja, en muchos casos, a confesar delitos que no cometieron. Como ilustra el caso de un hombre que pasó 46 años en el corredor de la muerte hasta que, finalmente, fue exonerado, pero quedó destrozado de por vida.
Intentamos explicar por qué un país que se rige por unos estrictos principios de orden y equilibrio tiene un sistema penitenciario tan represivo, para ver si esto puede explicar que Japón tenga una de las tasas de criminalidad más bajas del mundo.