Hace millones de años, antes de la extinción de los dinosaurios, la Tierra era un lugar muy distinto al que conocemos hoy. Los continentes no estaban distribuidos de la misma manera y el clima era mucho más cálido y húmedo. Los dinosaurios, esas majestuosas y gigantescas criaturas, dominaban el planeta. Vagaban por frondosos bosques, vastas llanuras e inmensos pantanos. Entre ellos, el Tyrannosaurus rex, el Triceratops y el Velociraptor fueron algunas de las especies más emblemáticas de esta época.
La biodiversidad de este periodo era asombrosa. Además de los dinosaurios, florecieron muchas otras formas de vida, como los primeros mamíferos, reptiles marinos como los plesiosaurios y los ictiosaurios, y pterosaurios en el aire. La flora era igual de variada, con bosques de helechos gigantes, cícadas y coníferas que cubrían gran parte de la masa terrestre. Los ecosistemas eran complejos y estaban interconectados, y cada especie desempeñaba un papel crucial en el mantenimiento del equilibrio de la naturaleza.
El periodo que precedió a la extinción de los dinosaurios, el Cretácico, fue testigo de importantes cambios en la geología de la Tierra. Las placas tectónicas se desplazaban constantemente, alterando los paisajes y creando nuevas cadenas montañosas, cuencas oceánicas y volcanes. Estas transformaciones geológicas configuraron el entorno en el que evolucionaron los dinosaurios, influyendo en los climas locales y en los hábitats disponibles.