La primera etapa de este viaje comienza en la superficie, donde la delgada y rígida corteza terrestre forma su capa más externa. Esta corteza, que puede tener hasta 70 kilómetros de espesor bajo los continentes, alberga una gran variedad de paisajes, desde imponentes montañas hasta vastas llanuras y desiertos. A medida que se profundiza, se entra en el manto, una zona de roca semisólida. El manto se extiende hasta una profundidad de 2.900 kilómetros y es responsable de los movimientos tectónicos que dan forma a la superficie terrestre.
Continuando nuestro descenso, llegamos a la zona de transición entre el manto y el núcleo externo. El núcleo externo, compuesto principalmente de hierro y níquel líquidos, se encuentra entre 2.900 y 5.150 kilómetros por debajo de la superficie. Es en esta región donde se producen las corrientes de convección que generan el campo magnético terrestre, protegiendo a nuestro planeta de la radiación solar. Más abajo, nos encontramos con el núcleo interno, una esfera sólida de unos 1.200 kilómetros de diámetro, también de hierro y níquel. Las temperaturas en esta zona pueden alcanzar los 6.000 grados centígrados, rivalizando con las de la superficie solar.
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