Retomamos aquí un tema que ya habíamos abordado en el video “Los diez mandamientos del siglo XXI”, la idea de que hay crímenes monstruosos causados por el sistema económico en el que vivimos y que no pueden imputarse personalmente a nadie. En ese video anterior habíamos retomado el concepto de “pecado estructural” de la Teología de la Liberación. Pero, recientemente, el tema ha sido abordado por el gran jurista Luigi Ferrajoli, en su libro “Por una Constitución de la Tierra”. Según Ferrajoli, estos “crímenes sistémicos” no tienen otra solución que una “ampliación internacional del paradigma constitucional. En resumen, se trata de elaborar una verdadera Constitución mundial para la globalización”. El “embrión” de esta Constitución sería desde luego la Carta de derechos humanos de la ONU, que hasta ahora se puede considerar un proyecto fracasado, debido a su impotencia política. El proyecto de esta “Constitución de la Tierra” se propone, en primer lugar, constitucionalizar los poderes económicos, que, según Ferrajoli, permanecen aún como “poderes salvajes”, sin civilizar. Para ello hace falta, crear todo una arquitectura de desarrollos legislativos mundiales y, sobre todo, crear “instituciones de garantía” capaces de hacerlos realidad. Hace falta poner a salvo de la “lógica del mercado” los “bienes fundamentales” que son patrimonio de la Humanidad, desde los fármacos, las vacunas y los alimentos básicos, hasta el equilibrio ecológico, el aire o el agua potable. Se trata también de blindar constitucionalmente los derechos sociales, legislando universalmente sobre las condiciones de trabajo y el salario mínimo internacional. En el video, abordamos igualmente la coincidencia entre los planteamientos del viejo jurista Ferrajoli y el relativamente joven economista Thomas Piketty, así como en su acuerdo sobre la manera en la que habría que financiar estas “instituciones de garantía”, sobre todo, instaurando un impuesto progresivo a nivel mundial, acordando indemnizaciones a los países pobres por el saqueo colonial y la esclavitud, imponiendo tasas a las transacciones financieras, etc. Los dos autores coinciden, finalmente, en que, por utópico que pueda parecer el proyecto de un constitucionalismo global, es la única apuesta política que puede salvarnos del abismo ecológico y social hacia el que se encamina la Humanidad.