En el capítulo anterior, leímos un texto de Platón en el que se nos decía que el amor era el intento de fundirse con el otro y constituir una unidad. Ahora vamos a ver, recurriendo a unos textos de Hegel, que no podemos conformarnos con esto. La unidad ha sido para la historia de la filosofía un verdadero avispero lleno de peligros, misterios y encrucijadas, ya desde el Parménides de Platón. Y es en Hegel en donde afloran todas las contradicciones de esta pretensión de alcanzar la unidad mediante la fusión con el otro. Hegel arremete contra la pretensión romántica que localiza lo absoluto en “la noche en la que todos los gatos son pardos”, en un universal que es universal “por pura indiferencia”, una especie de “nirvana” en el que “todo está en todo” y “todo se funde con todo”. Esta idea es incapaz de captar la verdadera esencia de lo absoluto y tampoco hace justicia a la idea de amor. Muy al contrario, los amantes buscan todo lo contrario que una unidad indiferenciada, los amantes buscan el detalle y la determinación, sin querer perderse ni un milímetro de la piel del amado, ni un cabello, ni una peca, ni un timbre de su voz. El amor es la máxima atención a lo empírico, todo lo contrario de un abstracto universal indiferente. Y sin embargo, es cierto que al mismo tiempo, se pretende una fusión. Pero una fusión entre dos libertades, de tal modo que fundiéndose con Julieta, Romeo la deje en entera libertad, y lo mismo recíprocamente. Los textos de Hegel contra toda pretensión de definir el amor (o lo absoluto) como una unidad indiferenciada son muy elocuentes al respecto. Y pese a su dificultad, vamos a intentar abordarlos en este capítulo.