El decimocuarto Dalai Lama ya tiene 89 años. La cuestión de su sucesión es parte de una lucha de poder entre India y China, que quiere decidir sola quién será el próximo líder espiritual de los tibetanos. Para Pekín, Tíbet pertenece a China.
El Dalai Lama vive en exiliado en la India desde 1959. A medida que envejece, la cuestión de su sucesión gana importancia para el futuro de Tíbet, pero también para el equilibrio geopolítico internacional. India, Estados Unidos y Europa apoyan a Tíbet, que exige su autonomía desde su anexión por China en 1950. China no reconoce el gobierno en el exilio del Dalai Lama.
Ahora China está decidida a determinar por sí sola quién será el próximo Dalai Lama, lo que podría radicalizar aún más el debate. Las tensiones entre la República Popular y la India se ven exacerbadas por el conflicto fronterizo que arde entre ambos estados desde 1962. Cuando el Ejército Popular de Liberación de Mao Tse-tung invadió Tíbet, India perdió a su vecino budista y se vio confrontado directamente con el régimen comunista. Ante el destino del pueblo tibetano, que fue forzado a la asimilación, India otorgó asilo al 14º Dalai Lama y a otros numerosos refugiados, lo cual disgustó profundamente a Mao Tse-tung. Desde entonces, los conflictos en la disputada zona fronteriza del Himalaya han sido constantes.
Además, a través de la toma de poder en Tíbet, la República Popular se hizo con valiosos recursos minerales como cromo, cobre, bórax, uranio y litio y obtuvo el control sobre las fuentes de los ríos más grandes de Asia, lo que India considera una amenaza para sus reservas de agua dulce.
Como un peón entre los dos países más poblados del mundo, que ahora son grandes potencias económicas, los tibetanos tienen dificultades para hacer oír su voz, a pesar de todos los esfuerzos de su líder espiritual.