A finales del siglo XIX, el mito de los anunnakis comenzó a florecer. Las expediciones arqueológicas en Iraq de 1872 derivaron en el descubrimiento del palacio de Asurbanipal, unas ruinas perdidas en cuyo interior se hallaron miles de tablillas de escritura cuneiforme pertenecientes a la civilización sumeria, la más antigua civilización humana.
El desciframiento de los grabados realizado por el asiriólogo inglés George Smith dio voz a un pueblo que alrededor del año 3500 a.C. se asentó al sur de Mesopotamia para empezar a escribir una nueva era de la humanidad. Y una de las grandes revelaciones fue el culto a unas deidades. Unos dioses del panteón sumerio descritos como unos entes que descendieron de los cielos para determinar el destino de la humanidad. Los "hijos del cielo y de la tierra". Los anunnaki.
Y el que parecía ser un hallazgo relevante solo dentro de la comunidad arqueológica terminó por convertirse en un fenómeno mediático y cultural cuando mucho tiempo después, en la década de los 50, un hombre llamado Zecharia Sitchin, alegando haber traducido tablillas sumerias perdidas, presentó el mito de los dioses astronautas. Afirmando que los anunnaki fueron visitantes de otro mundo, un paraje llamado Nibiru, que llegaron a la Tierra para crear a los seres humanos y decidir nuestro porvenir. Se acababa de poner la semilla de un relato que pretendía reescribir todo cuanto creíamos conocer sobre nuestros orígenes.
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