Los océanos del Universo son el lugar en el que buscar el santo grial de la cosmología: el agua líquida que constituye el andamiaje donde toda la biología ocurre. Si queremos hallar vida más allá de la Tierra, solo existe un camino. Seguir el agua. Aventurarnos a los mares de mundos perdidos en el Cosmos que, tal vez y solo tal vez, hayan sido la cuna de un segundo génesis.
La búsqueda de agua en el espacio se remonta a los orígenes de la exploración espacial. Desde el pasado azul de Marte, antaño poblado por grandes océanos hoy extintos, hasta las lunas del Sistema Solar. Europa, Ganímedes, Calisto, Titán y Encélado son satélites que, al explorarlos, nos han mostrado que esconden mares donde la vida podría haber encontrado un camino.
Pero no nos quedamos solo en el Imperio del Sol. Desde hace años, estamos patrullando el firmamento para hallar exoplanetas, mundos más allá del sistema solar, que sean parecidos a lo que nosotros podríamos llamar un hogar. Y en esa ambición, el telescopio Kepler fue capaz de mostrarnos las maravillas de un mundo, K2-18b, el primer exoplaneta donde hallamos indicios de océanos superficiales de agua líquida. Un mundo que abrió el camino para el bautizo de los denominados como planetas hiceánicos, unos parajes que podrían ser oasis para la vida y la diana en la búsqueda de la respuesta a la gran pregunta de la historia de la humanidad.