Una cuasiestrella es un tipo hipotético de estrella que pudo haber existido en una era muy temprana del Universo. Los primeros Dioses de luz del Cosmos y los más grandes que han existido jamás. Unos monstruos tan inmensos que pudieron sobrevivir a su propia muerte. Capaces de absorber la explosión más devastadora del Universo y contener un agujero negro en su corazón.
La historia de la teoría empieza en los años 60, cuando a raíz de la primera descripción de la naturaleza de los cuásares, vimos que para que tales bestias existieran, para que rugieran desde las profundidades del espacio y del tiempo, la existencia de los agujeros negros supermasivos, hasta entonces una mera especulación, era esencial. Y con el descubrimiento de que los núcleos galácticos de la mayoría de galaxias estaban habitados por estos reyes de oscuridad, no pudimos hacer más que rendirnos a la evidencia.
Los agujeros negros supermasivos eran una realidad. Sin embargo, su masa, decenas de miles de millones de veces la del Sol, era demasiado grande. Tanto que atentaba contra todo lo que creíamos conocer sobre la evolución de los guardianes de las tinieblas. Para que los primeros agujeros negros, nacidos del colapso de la primera generación estelar, crecieran devorando estrellas y canibalizando a sus hermanos hasta tener tales masas, en teoría se necesitaba un tiempo muchísimo superior al que llevaba en vida el Universo. Algo no encajaba. Nos acabábamos de topar con una paradoja.
Muchas hipótesis intentaron resolver la paradoja de la masa de los agujeros negros supermasivos, pero en 2006, llegó la primera teoría fuerte. Una teoría que describía un nuevo tipo de estrella que pudo existir al inicio de los tiempos. Capaz de sobrevivir a su colapso gravitatorio. De absorber una supernova en sus profundidades. Y de retener a un agujero negro en su corazón. Las cuasiestrellas habían sido bautizadas. Y bastaba emprender un viaje hacia los albores del espacio y del tiempo para entender cómo daban respuesta a uno de los mayores enigmas de la Cosmología.