En la ciudad iraquí de Basora, cuando los vecinos abren el grifo, lo que sale no es algo que uno quisiera meterse en el cuerpo. Aguas residuales, literalmente. Su ingesta es causa de envenenamientos cada día. La gente, harta, exige servicios públicos, pero tras varias guerras, una ocupación y muchas sanciones, no son pocos ni pequeños los problemas estructurales del país, y el hecho de que los países vecinos se apropien de gran parte del agua de los ríos Tigris y Éufrates no ayuda precisamente.