Pocas personas desprenden tanta simpatía y “buenrollismo” como el exjugador de baloncesto Fernando Romay. Pero, de joven, no lo tuvo nada fácil: con 14 años medía dos metros, no cabía en el pupitre del colegio y usaba ropa “de señor mayor”. En su Coruña natal, era un gigante con mente de niño al que todos señalaban. Hasta que un compañero le animó a jugar al baloncesto: “Yo era torpe y desgarbado, pero muy, muy alto”, explica. Años después, el Real Madrid le fichó para su equipo juvenil. Allí le hicieron ver que sus diferencias, en realidad, ...
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