Los habitantes del desierto de Kubuqi, en la región china de Mongolia Interior, saben que convertir arenas yermas en terreno cultivable no es imposible, pero también que no es tarea fácil. Hacen falta conocimientos y décadas de dedicación antes de que los trabajos, literalmente, den fruto; pero cuando eso sucede, la recompensa supera con creces el esfuerzo invertido: el ser humano puede transformar radicalmente a mejor su entorno natural, y al hacerlo transformarse y perfeccionarse a sí mismo.